El vagón

El caño que une el piso con el techo del vagón servía de sostén para los cuerpos cansinos que llegaban en cada estación. Ella estaba sóla, el frío tubo se clavaba en su columna. Movía el pie con ansiedad, el viaje era corto pero quería llegar. 

No le gustaba esperar ni permanecer en suspenso. Tenía que hacer algo siempre. Leer, escribir, observar, moverse.


Ella tenía el pelo rojo, desprolijo a propósito y corto, unas mechas caían sobre su frente hacia un costado. Según el movimiento que hiciera, el mechón tapaba su ojo izquierdo. Cada tanto, deslizaba la mano sobre su cabeza para acomodarlo pero se resistía. Una musculosa verde agua marina y un jean negro de cintura alta vestían su cuerpo flaco y fibroso. Grandes argollas plateadas colgaban de sus orejas, un cinturón oscuro con hebilla rectangular y algunas tachas en proporción ideal ajustaban su cintura y una cartera negra en la que apenas cabría la billetera, el celular y las llaves descansaba sobre su antebrazo.


 


Se llamaba Milagros pero prefería que la nombraran Milo. Abandonó el vagón del subte en Carlos Pellegrini, como tantos más. Se detuvo frente a un hombre que pedía monedas. Algo en él llamó su atención, estaba parado justo en el centro del pasillo que conectaba las diferentes líneas subterráneas, intentaba atraer pero permanecía invisible, hologramado. Era un hombre grande, tenía un pullover de hilo naranja claro y una boina color crema. Extendía su mano hacia adelante con gesto suplicante. Milo se paró frente a él, lo miró a los ojos, puso un billete sobre su mano y continuó caminando. Salió.


El andén de la línea C estaba casi vacío. Él caminaba de un lado a otro, abrazaba una caja, un poco ajada, con chocolates de maní en su interior. Era flaco y muy alto, con dedos largos, tal vez era pianista además de vendedor ambulante. También tenía auriculares conectados al celular. Estaría escuchando música mientras esperaba. 


El chirrido del subte arribando interrumpió la escena. Él entró al primer vagón, estaba casi vacío. Dejó un chocolate sobre la pierna de cada pasajero y pasajera, no dijo nada, sólo pasó repitiendo la acción mecánicamente. Vendió algunos, recogió los que descartaron y siguió.


De pronto me encontré sentada, aburrida y aturdida. Quería bajar pero estaba atrapada, respiré profundo, cerré los ojos y dejé que el tiempo hiciera lo suyo.


Tal vez, solo se trata de aprender a permanecer sin tedio y con asombro. Como no me gusta estar sin ver, abrí los ojos.


El hombre que pedía monedas, Milo y el pianista vendedor de chocolates estaban parados frente a mí. Me miraron fijamente, sin moverse, estáticos. Intenté hablarles pero no pude, mi boca se movía sin emitir sonido alguno. Quise pararme pero no pude. Comencé a hundirme en el asiento que me amarraba. Mi cuerpo se plegaba y caía profundo. La imagen de Milo, el hombre y el vendedor se hizo cada vez más pequeña hasta perderse en un hilo de luz.


El chirrido volvió a sonar, estridente. El sopor se alejó de mi cuerpo. Pude mover mis músculos hasta ponerme de pié. La puerta estaba abierta, salí. Estaban ahí. Me paré junto a ellos. Caminamos por el andén. Una escena que podría haber sucedido en cámara lenta y funcionaría como el trailer de una película al estilo Guardianes de la Galaxia, pero con personajes porteños. Todos dispuestos a cambiar el mundo con sus historias a cuestas.


También podría convertirse en una comedia musical y de pronto, sin nada que lo justifique, comenzaríamos a bailar y a cantar en el andén del subte y aparecerían de la nada cientos de personas haciendo acrobacias increíbles detrás nuestro y cantaríamos algo verdaderamente emocionante e inspirador que impulsaría a todos y todas a tomar las calles para cambiar el mundo.


                La bengala perdida, Luis Alberto Spinetta
                    Selección musical de Lautaro Klejzer 



Antes de despedirme, siento la necesidad de aclarar que soy Lau Bitto, simplemente porque más de una persona preguntó ¿quién escribe esto?


Sin embargo, se trata de generar un espacio de expresión colectiva, sobre todo porque, si queremos cambiar el mundo de verdad, necesitamos muchas ideas.

Comparto un comentario hermoso de mi amiga Soledad Iñesta relacionado con el primer escrito de este blog ¿Por qué ideas para cambiar el mundo?: "Creo que tu papá, además de darte una pista sobre cómo cambiar algo, abrió posibilidades, unió mundos, cambió mucho más que la tarde de ese niño, claramente. Tu invitación me conmueve. Mover el piso y las paredes me parece un buen comienzo, ya que no sólo un mundo más justo es posible, un mundo espectacular es posible! Imaginar mundos es lo que hago. Diseñemos caminos. Imaginemos nuevos caminos".


¡Hasta la próxima!





Comentarios

  1. Que hermoso y necesario espacio LAU, creo que si existiera la posibilidad de encontrar una vacuna para para aplicar a lxs sin alma, sin empatía y contra el egoísmo. Ustedes vos y Rafa serían los descubridores.
    G. F.

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  2. Me matan esos superheroes !
    El hombre que pedía monedas, Milo y el pianista vendedor de chocolates !
    Me hace pensar: ¿cuantás veces somos montones de cosas, según las circunstancias, no ?
    ¿Ahora necesitamos ser superheroes? tal vez? o ya lo somos y no nos damos cuenta ?, o ¿ las dos cosas al mismo tiempo ?
    Todos dispuestos a cambiar el mundo con sus historias a cuestas.
    Si !!!!

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  3. hermosa forma de expresar lo que vivimos a diario y no lo tenemos en cuenta... tomar las calles para cambiar el mundo... Temon el del flaco! Gracias Lau, gracias Lautaro

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